Frente a la chimenea

No hace falta ser un ‘Boy Scout’ para encender un fuego; basta con seguir cuidadosamente una serie de pasos. Supongamos que ya la tiene preparada: ha deshollinado y comprobado el conducto de humos, y no queda rastro de los tan temidos como inflamables residuos de creosota. Ha barrido las cenizas y las ha depositado en el montón del compost. En suma, su chimenea está limpia y a punto para un nuevo invierno.
Lo primero, antes de avivar la llama, es asegurarse de que la compuerta está abierta. Para ello, accionaremos el regulador de tiro, normalmente situado en la base de la chimenea, girando un pomo o una manivela. Si el tiro está arriba, tirando de una palanca.

Cerciorándonos de que no hay a la vista ningún material combustible, arrugaremos dos o tres hojas de periódico y las dispondremos en el suelo del hogar. La rejilla de la base es lo que permite tomar el aire para empujar el humo por la salida correcta, que es la garganta de la chimenea. A continuación, cubriremos el papel con un buen puñado de ramas o, mejor aún, si se tiene a mano, palos de resina natural, que prenden mejor. Esta madera, también conocida como fatwood, es un producto natural, sin químicos ni aditivos, extraído del tronco de los pinos. Es de fácil combustión, y se presenta comercialmente en un cómodo formato de bastoncitos. Encima, superpondremos unos cuantos troncos secos de tamaño mediano.
Hecho esto, ya nos vamos acercando a la anhelada lumbre. Con un mechero o cerilla, quemaremos un par de papeles o cartones y los introduciremos arriba, de manera que se sujeten un poquito a la pira, para ir calentando el aire y que empiece a circular hacia arriba. Luego, se van encendiendo por las puntas los trozos de papel colocados debajo. El fuego se irá propagando del papel a los palos y después a los troncos. Entonces es el momento de meter los troncos más gruesos. Es conveniente ubicarlos al fondo de la chimenea para que hagan de pared reflectante e irradien más calor a la sala. Una vez hemos conseguido una candela consistente, se irá añadiendo más madera. No olvide poner la pantalla de contención o salva-chispas, para evitar que las ascuas salten y puedan provocar algún accidente doméstico.
Con la práctica, iremos refinando la técnica y desperdiciando menos leña, manteniendo el fuego su vigor hasta la hora de irnos a la cama, en que sólo deben quedar brasas. No es recomendable dejar un fuego encendido cuando se va a dormir, por eso insistimos en la importancia de poner un protector, ya que siempre es mejor prevenir que curar.
A continuación, algunos consejos útiles:
Para iniciar el fuego, emplea ramas, listones y palos de madera tierna, que también pueden ser reemplazados por fastwoods y otros aceleradores de la combustión ligeros. La leña que mejor arde es la de roble, arce, cerezo, nogal u olivo. Además, es importante que esté seca, a ser posible, al menos de un año.
No quemes plásticos o papel impreso a color, como revistas o envoltorios, ya que desprenden tóxicos en el ambiente.
Y, por último, nunca, bajo ningún concepto, utilices o tengas líquidos inflamables cerca de la chimenea.
Un fuego confortable y duradero, aportará calidez y bienestar a cualquier hogar. Sé cauto y hazlo de forma prudente, y ten por seguro que todos se arrimarán a su abrigo en los meses más fríos del invierno.